En
muchas ocasiones nos referimos a la aversión al riesgo y el temor al fracaso
como algunos de los condicionantes que frenan la iniciativa emprendedora.
Podemos pensar que los auténticos emprendedores contemplan estos dos factores
como algo inherente al hecho de emprender, y conviven con ello con toda
naturalidad, sin embargo eso no es así.
Lo
que sí está claro es que emprender es una actitud y va en el caracter de la
persona, igual que el ciclista que, tras una caida, se reincorpora rápidamente y
lo primero en lo que piensa, más allá de sus heridas, es en seguir en carrera, o
como el caso de Dani Pedrosa que, tras caerse de la moto y romperse la clavícula
por tres sitios, sólo pensaba en hacer lo posible por poder correr la próxima
carrera porque se le escapaba el título mundial.
La
aversión al riesgo
En
muchas ocasiones se suele decir que es necesario, para lanzarse a una aventura
empresarial, superar la aversión al riesgo y que a los emprendedores les gusta
el riesgo. Ante esto, el profesor de la Escuela de Negocios de Harvard, Howard
Stevenson dice que “uno de los mayores mitos sobre los emprendedores es que son
buscadores de riesgo. Sin embargo, no es así, toda persona sensata desea evitar
el riesgo”.
Si
nos fijamos en los ciclistas, que se lanzan a tumba abierta en las bajadas de
los puertos de montaña, podemos pensar que han vencido al riesgo. Pero, desde su
punto de vista, y sabiendo manejar bien la bicicleta, no se trata de vencer al
miedo de caerse, sino a poner los medios necesarios para evitar la
caída.
Una
cosa en el riesgo de montar un negocio y otra es la temeridad. Siempre habrá
factores externos que puedan hacer que nuestro proyecto fracase, pero el mayor
porcentaje de esos fracasos proviene de situaciones de riesgo que podrían
haberse controlado. No se trata de superar la aversión al riesgo, sino de
reducir al mínimo los factores que lo producen.
El
temor al fracaso
En
una cultura como la nuestra, donde el fracaso está muy mal visto, el miedo a
fracasar condiciona, en gran manera la actitud emprendedora. Más del 50% de la
población asegura que nunca abriría un negocio propio porque temor a fracasar.
Aquí el fracaso sale caro, “si el negocio no te sale bien, ponen una crucecita
al lado de tu nombre y ahí se queda, los bancos, los inversores, la sociedad en
general…”
En
EE UU, no se premia el fracaso, pero se entiende como algo normal e incluso
positivo siempre que se haya aprendido de la experiencia. Si un emprendedor
tiene en su curriculum muchos fracasos, existe demasiado riesgo, porque está
claro que no ha aprendido de sus errores, pero una persona que haya fracasado
dos o tres veces, está bien visto.
No
se trata de superar el temor al
fracaso, como en el caso de la aversión al riesgo, sino de contemplarlo como
una posibilidad y hacer lo posible para que no ocurra. Trabajar para llegar al
éxito y, si fracasamos, aprender de la experiencia para no volver a caer en la
próxima ocasión.
La
actitud del emprendedor
Ser
emprendedor es una actitud, como la del ciclista que se escapa del pelotón y
recorre en solitario más de 100 kilómetros, con la posibilidad de que lo
alcancen poco antes de llegar a la meta y no consiga ganar la etapa. Ese
ciclista, a pesar de todo, al día siguiente volverá a probar suerte. Ni ama el
riesgo ni deja de pensar en el fracaso, pero piensa que es peor no
intentarlo.
El
auténtico emprendedor es el que tiene la inquietud, la ilusión y la iniciativa
para transformar una idea, aparentemente buena, en un negocio productivo. No
tener aversión al riesgo o miedo al fracaso es una temeridad, porque
precisamente estos dos factores sirven de mecanismo de control para no hacer las
cosas a lo loco.
Inquietud,
ilusión e iniciativa mezcladas con respeto al riesgo y al fracaso, esos son los
ingredientes para una buena actitud emprendedora. Después lo importante es
transformar esa actitud en un manera de pensar y comportarse, ya no como
emprendedor, sino como empresario.
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